Define así la Real Academia de la Lengua el término autocrítica: “juicio crítico que se realiza sobre obras o comportamientos propios”.
Según esa definición y a tenor de lo acontecido a raíz del pulso entre gobierno y controladores aéreos, está claro que ha habido mucho de lo uno y poco de lo otro y sin miedo a dejar de ser objetiva -ya se sabe que no hay nada más subjetivo que la objetividad- podría afirmar que el único ejercicio de autocrítica vislumbrado ha sido precisamente el ejercido por el colectivo de controladores. Increíble ¿verdad? Esa “panda de ególatras caprichosos capaces de poner a un país en jaque”, como muchos los han definido, son los únicos que a pesar del vapuleo salen, dan la cara aún a riesgo de que se la partan –a título personal, claro está, que el gobierno con su flamante estado de alarma y la militarización ya se encargó de callarles la boca como colectivo- se disculpan y hacen autocrítica, pero de nada sirve porque lo que verdaderamente importa es subirse al avión.
A estas alturas y con el dictado de un laudo de obligado cumplimento por ambas partes, esperar que el gobierno se disculpe por la campaña de acoso y derribo a que ha sometido a un grupo de trabajadores me parece no ya utópico sino imposible. La aparición del ministro Blanco anunciando que no había ni vencedores ni vencidos, más que un acto de conciliación, me pareció alarde de cinismo. ¿Que no hubo vencidos?
Más allá de algunos reconocimientos a sus méritos como profesionales en el preámbulo y la garantía de estabilidad laboral hasta el año 2013 –habrá que ver en qué condiciones queda todo luego de la privatización de las torres de control y la creación del Cielo Único Europeo- lo cierto es que el resto es casi un calco del convenio propuesto por Aena en noviembre de 2010. La campaña surtió su efecto y el colectivo cansado, hastiado y sabiéndose con la opinión pública en contra no osa levantar la voz porque ¿quién iba no ya a entenderles, sino a intentarlo siquiera? A todo ello, y por si fuera poco, hay que añadir la nueva Ley de Seguridad Aérea, punitiva hasta el extremo con los controladores. Vamos, que a partir de ahora, cuando feliciten al piloto por un buen aterrizaje, dediquen unos cuantos aplausos más para el controlador que dirigió la operación por no haberse equivocado y poder regresar a su casa tranquilo sin responder con multas, cárcel o patrimonio. Les ha faltado incluir la pena capital y espero que no me lea don José Blanco, no vaya a ser que tome ideas.
Lo que para muchos hubiera sido considerado un claro ejemplo de mobbing en cualquier otra circunstancia, en este caso no ha sido otra cosa que una buena dosis de disciplina aplicada unos “díscolos trabajadores” a los que se les ocurrió defender sus derechos laborales. ¿Pueden por un momento ponerse en la piel de quienes sufren el acoso no ya de un jefe despótico sino de todo un aparato gubernamental y de unos medios que decidieron dejar de lado el análisis crítico para centrarse en una narración de hechos totalmente sesgada y unilateral? No, ya sé. Muchos no pueden… porque solo importa subirse al avión.
El colectivo de controladores, en su ejercicio de autocrítica, ha reconocido haber estado encerrado en sí mismo durante mucho tiempo. Obviaron la importancia de la comunicación y el contacto con la opinión pública, cosa que facilitó en gran medida la creación del estereotipo y la imagen que de ellos se ha instalado en la sociedad. Admiten que en su momento, y fruto de las circunstancias de bonanza económica, consiguieron unas muy buenas condiciones laborales similares a las europeas del sector. Pecaron de inocentes al creer que su convenio colectivo, publicado en el BOE y por tanto con rango de ley, los instalaba en una suerte de estabilidad laboral permanente. Así las cosas, cuando comenzó la campaña de acoso y derribo por parte del ministerio, tardaron demasiado en reaccionar y siempre fueron por detrás de los acontecimientos. Reconocen que deben mejorar sus estrategias de comunicación y hacer partícipe a la opinión pública de las circunstancias y entresijos de una profesión que requiere una alta cualificación técnica y que es una gran desconocida para la sociedad.
Como lo van a conseguir es harina de otro costal. La campaña de desprestigio ha hecho mucho daño y ha dejado tocado al colectivo frente a una opinión pública cargada de prejuicios y aquejada de una ignorancia activa que la predispone a no informarse e indagar por miedo a que se tambalee su sólida opinión contra lo que el ministro Blanco ha denominado insistentemente “un grupo de privilegiados”. Cualquiera de las medias verdades y mentiras lanzadas por el ministerio a modo de propaganda fue contrarrestada con datos por parte de los portavoces del sindicato, pero nadie parecía dispuesto a escucharlos porque… solo importa subirse al avión.
Muchos de los que el día 3 de diciembre se defraudaban al comprobar que sedición no era sinónimo de decapitación – si para algo sirvió la que se armó fue para que la edición digital del diccionario de la RAE se saturara con tanto español sediento de venganza buscando el término- no se han parado a pensar ni por un momento que el Real Decreto aprobado por el gobierno, no es tan solo el correctivo que, según ellos, ese “malvado grupo de secuestradores” necesita. Aprocta (Asociación Profesional de Controladores Aéreos) lleva tiempo denunciando que la seguridad en las operaciones se está viendo mermada y el número de “incidentes” como consecuencia de la implementación de tales medidas ha ido en aumento. Si algún día ocurre una desgracia, la indignación mal canalizada nos llevará a pedir cabezas de nuevo, lo malo es que nunca pedimos la adecuada porque… solo importa subirse al avión.
¿Y qué decir de la privatización de Aena? Se nos llegó a vender que la masa salarial de los controladores era poco menos que la causa de la desmesurada deuda acumulada por el ente en los últimos años. No espero, ni por asomo, que nadie de Fomento/Aena asuma responsabilidades y en un ejercicio de sinceridad –lo de la dimisión permitan ustedes que lo deje ya para otra vida- reconozca que ha sido la pésima política de inversiones en infraestructuras totalmente innecesarias la que ha llevado a la empresa publica a desarrollar una deuda de alrededor de 12.000 millones de euros. Pero tranquilos todos, que nadie cuestionará cuánto dinero se ha invertido y por qué precio de saldo se vende. Una reflexión por parte de todos sobre el desmantelamiento del sector público al que estamos asistiendo ya sería demasiado pedir, porque ya se sabe… solo importa subirse al avión.
Está claro, vuele yo caliente, ríase la gente. Lo demás nos incumbe tirando a poco y lo peor es que así queremos que sea, no vaya a ser que al indagar empiece a temblar el dogma en que vivimos instalados y deje de importarnos el subirnos al avión.
Lo. C. Gutiérrez
Lo. C. Gutiérrez