Las noticias publicadas
durante la semana que ponía fin al mes de noviembre han supuesto para el
colectivo de los controladores aéreos una inyección de moral y, en cierto grado
también, un amago de reconciliación con una justicia que, aún impregnada de
notable letargo, parece que empieza a aflorar entre la cizaña sembrada, regada
y cuidada con esmero digno de gestor incompetente.
Comenzaba el goteo de buenas
nuevas con la revocación por parte de AENA de la sanción impuesta a un
controlador de Santiago de Compostela hace dos años. Cabe albergar cierta
esperanza de que ésta continúe siendo la tónica y que las resoluciones
judiciales reparen, del algún modo, la insensatez de quienes pretendían tapar los
desmanes de una gestión infame presionando a los profesionales hasta el límite
de hacerles incumplir la ley de navegación aérea a costa de superar las horas
de actividad aeronáutica o de obligar a cubrir simultáneamente dos posiciones
incompatibles como son las de radar y aproximación.
Son ya ocho las sentencias firmes que revocan sanciones impuestas a controladores del centro de Santiago
por negarse a superar el límite de horas establecido por el Ministerio de Fomento con José Blanco a la cabeza y aprobado mediante Real Decreto Ley a la
espera de que el juez dictamine sobre la causa abierta contra los controladores
de Lavacolla y sin que se haya concretado todavía de qué se les acusa, según
informa el abogado de la defensa.
El segundo foco de atención
tenía lugar el martes 27 de noviembre durante la comparecencia de la ex directora
de navegación aérea en AENA y actual Secretaria General de Transportes, doña
Carmen Librero ante la Comisión de Fomento en el Congreso de los Diputados. Además
de para constatar la animadversión enfermiza que el señor Rafael Simancas
siente hacia los controladores y su escasa idea de qué es y para qué sirve la
OACI, la comisión también sirvió para dejar al descubierto el contubernio
existente entre PP y PSOE merced a frases impagables del tipo “eso es meterse en el fango” – en
referencia a la militarización del colectivo el día 3 de diciembre de 2010
- o “no
me contradiga, señor Simancas, que estas
cosas usted y yo las hablamos” con
las que el diputado Andrés Ayala tuvo a bien de obsequiar a la audiencia.
Digna de mención es también
la tibieza y comprensión que el señor Ayala mostró en todo momento hacia la
Secretaria General de Transportes cuya gestión criticaba y cuestionaba en sede
parlamentaria, justo antes de las elecciones, aportando información detallada sobre los datos falsos de productividad que AENA remitió a Eurocontrol.
Pero sin duda la perla del
día fue escuchar a doña Carmen Librero reafirmarse en que el caos acontecido el 3 de diciembre de 2010 se debía única y exclusivamente al plante masivo
perpetrado por los controladores mientras que, en sede judicial, el ex jefe de la división de control en Lavacolla contradecía tal versión de los hechos y hasta
se reconocía que Fomento e Interior ya tenían tomada la decisión de militarizar
los aeropuertos.
Al ciudadano medianamente
observador, digo medianamente porque el nulo observador no se lo plantearía ni
por asomo, quizá le pueda extrañar leer en diversos medios de comunicación
titulares como “El cierre del espacio aéreo fue planificado antes de empezar la huelga de controladores” o informaciones en las que se revela que ahora se sabe
que los controladores de Santiago y de otros aeropuertos no podían trabajar más
horas porque ya habían cubierto el cupo máximo permitido por la ley. ¿Ahora se
sabe? ¿Han visto por fin la luz?
Si es así, celebrémoslo
porque nunca es tarde para la dicha pero no estaría de más un poco de
autocrítica por parte de unos medios que se apuntaron al escarnio y
linchamiento de todo un colectivo bailándole el agua a los poderes fácticos sin
el menor atisbo de desarrollo de un pensamiento crítico que no conllevaba mayor
esfuerzo que la lectura del BOE, el análisis de la cronología de los hechos y la interpretación de la coyuntura.
Me decía una familiar de
controladora que le llena de impotencia la indiferencia de la sociedad en
relación a las revelaciones que estos días están saliendo a la luz y la nula
empatía que percibe, habida cuenta del daño causado, no solo por lo que a las
presiones laborales se refiere sino también por cómo, en muchos casos, las relaciones sociales y personales de estos
profesionales se han visto afectadas hasta el punto de haberse generado
secuelas de difícil superación.
Las sociedades carentes de
espíritu crítico están condenadas a repetir sus errores simplemente porque son
incapaces de interpretar y vislumbrar las consecuencias de determinados actos
mientras se dejan arrastrar por ataques de ira colectiva inoculados con
premeditación y alevosía.
El denuesto a que se sometió
a los controladores aéreos y la conculcación de sus derechos fue la primera
piedra en la construcción de unas reformas encaminadas a degradar las
condiciones laborales del resto de colectivos. Precedentes había, como avisaba
Michael Moore, pero por algún motivo se prefirió mirar en otra dirección en
lugar de indagar en las verdaderas causas.
Transcurridos dos años desde ese fatídico 3 de diciembre, pudiera parecer que estas
noticias no constituyen más que una gota que se pierde en el océano pero, mientras tanto, no conviene olvidar que la gota contiene el océano.