De vez en cuando a servidora se le queda cara de pasmo ante reacciones, declaraciones o posturas que tienen poca o difícil explicación. En los desafortunados tiempos que corren, esas situaciones van en aumento y ante el afán de encontrar un motivo racional que fundamente esas actitudes, una acaba por conceder que los vericuetos de la mente son altamente intricados cuando no insondables.
Cuenta el psiquiatra Luis Rojas Marcos, jefe de los Servicio de Salud Metal de la Ciudad de Nueva York cuando acontecieron los atentados del 11S, que se han contabilizado casos de gente que narra convencida su presencia en las Torres Gemelas aquel fatídico día cuando lo cierto es que no estuvieron allí. Obviamente esto se corresponde con una patología consistente no solo en contar mentiras sino en creérselas hasta el punto de estar plenamente convencido de haber vivido esas experiencias.
Quizá sea ese el problema del que adolece Rafael Simancas, portavoz de la comisión de Fomento, cuando hablaba del sueldo de escándalo que, a su parecer, percibían los controladores aéreos españoles y del necesario recorte en la masa salarial del colectivo que permitiera a los usuarios beneficiarse de una rebaja en el precio de sus pasajes. Bien, después de tanto alarde de fuerza bruta en beneficio de la sociedad ¿hay algún usuario que pueda corroborar un descenso en el precio de los billetes de avión? A mí, desde luego, no me consta.
Decía también el señor Simancas que todo había quedado solucionado con un laudo voluntario de obligado cumplimiento. No estaría de más que se extendiera un poco más y nos informara para quién fue voluntario y para quién es de obligado cumplimiento y así deshacer el entuerto que produce ese oxímoron porque lo cierto es que después de tanto desbarajuste, a día de hoy, el tema sigue sin estar demasiado claro.
Podría ser, no obstante, que el portavoz del PSOE en el Congreso para asuntos de Fomento estuviera bajo lo que se conoce como shock post-traumático desde que un caso de transfuguismo le impidiera ser investido presidente de la Comunidad de Madrid y sufra un ataque de amnesia severa que lo incapacita para recordar lo que su partido anunciaba a bombo y platillo hasta un par de semanas antes de las elecciones. Es lo que se me ocurre para hallar algo de razón en esas palabras pronunciadas esta misma semana defendiendo un posicionamiento de su partido contrario a la privatización de AENA que cae por su propio peso a poco que uno lea lo que la señora Salgado, o los señores Blanco y Lema sentenciaban meses atrás.
Mención aparte merece el exceso de autosugestión que padece el ya expresidente del gobierno José Luís Rodríguez Zapatero. Es escuchar sus palabras en la inauguración de la nueva terminal del aeropuerto de León en 2010 y pensar que este buen hombre se leyó El Secreto –ya saben, el archiconocido libro de autoayuda- tras lo cual, se creyó en condiciones de gobernar no solo España sino toda una alianza de civilizaciones.
Dibujaba Zapatero, cual vidente de tres al cuarto, un futuro para el que, a su parecer, estábamos sobradamente preparados. Se enorgullecía de que en 6 años de legislatura socialista la inversión en el aeropuerto leonés había pasado a ser de 80 millones de euros comparada con los 2,5 millones de euros invertidos hasta 2004. Retrataba la red de aeropuertos española como la más moderna del mundo y presumía de gobernar el país con más kilómetros de alta velocidad del mundo. Decía convencido que, así dispuestos, no nos quedaba otra que tener un futuro garantizado de crecimiento económico.
Todo eso lo dijo sin despeinarse siquiera y lo mejor es que no hubo ni media alma periodística que le cuestionara lo innecesario de gastar no ya 80 millones de euros en un aeropuerto que en 2011 solo contó con 85.357 pasajeros sino el dispendio que suponía mantener una red aeroportuaria que no se correspondía con una demanda real.
Una de dos, o el anterior inquilino de la Moncloa no visualizó en la dirección correcta y con la suficiente nitidez e insistencia que, según El Secreto, se precisa para tener éxito en la materialización de nuestros sueños o más le habría valido leer algo que le permitiera aplicar el sentido común que se le presupone a un hombre de estado. Claro que a estas alturas, una ya ha dejado de dar muchas cosas por sentado.
No sería de recibo olvidarse de Juan Ignacio Lema, ese hombre que presume de haber llevado a cabo una suerte de revolución en el sector de la navegación aérea destinada a aumentar la productividad, reducir los retrasos, mejorar la gestión aeroportuaria y así dejar el sector en condiciones de encarar el futuro cielo único europeo. Parece ser que el dineral que se les va en licitaciones de cursos de inglés para directivos no sirve de mucho y el nivel todavía no alcanza para entender lo que dice Eurocontrol, cuyo informe de verano de 2011 vuelve a sacar los colores a los gestores del ente público y deja muchas cosas en entredicho.
Llegados a este punto, no sé si es absolutamente necesario desarrollar la capacidad de decir Diego donde se dijo digo para acceder a la política o bien se trata de trastornos mentales, que por lo que observo, de transitorios no tienen nada. Si eso último fuera el caso, podríamos decir que el PSOE tiene un trastorno de distorsión de personalidad que lo lleva a hablar de ideales socialdemócratas y entelequias obreras mientras gobierna con políticas liberales de las que Milton Friedman estaría más que orgulloso. Pero en realidad, todo es mucho más sencillo y tan solo es cuestión de tener un rostro de granito, desconocer lo que son los principios, carecer de escrúpulos y no tener pudor alguno en atacar lo que antes defendía cuando la tajada en juego se la van a llevar otros.
No sé ustedes, pero yo ya empiezo a tener la paciencia colmada y me exaspera la ingente cantidad de cretinos integrales por KM ² que tenemos en este país. Habría que empezar a decírselo, porque cabe la posibilidad de que no se den cuenta de que lo son y el disparate todavía tenga arreglo.
Lo C. Gutiérrez
Lo C. Gutiérrez
El problema no es que se den o no cuenta, sino que se creen estar en un estatus superior sin importarle el resto de opiniones.
ResponderEliminarEl problema de verdad es que no hay justicia, ni humana ni divina, porque de haberla, todos estos deberían pagar sus desmanes en el talego, pues no hay otra forma de que recuperen la cordura.
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