Decía Tony Judt en Algo va
Mal –libro altamente recomendable
para cualquier político o empresario con aspiraciones de liderar un proyecto
con sensatez, honradez y algo de perspectiva histórica- que “hay algo
profundamente erróneo en la forma en que vivimos hoy [...] sabemos lo que
cuestan las cosas pero no lo que valen.” (SIC).
Muchos son los ámbitos a los
que podríamos aplicar la reflexión del historiador británico y, sin lugar a
dudas, el ambiente que se respira en el sector aéreo es un buen reflejo de esa
máxima.
Sin comerlo ni beberlo nos
hemos convertido en sujetos pasivos de un entramado de intereses cuyo origen se
halla en la creación artificiosa de una necesidad -la de subirnos al avión para
disfrutar de nuestro ocio- que ni por asomo está reflejada en la pirámide de
Maslow y que curiosamente muchos defienden con bastante más ardor que
cualesquiera otros derechos constitucionales como puedan ser el acceso a una
vivienda o a un puesto de trabajo dignos.
No deja de producirme cierta
ternura la inocencia con la que algunos se echan ahora las manos a la cabeza
cuando, al adquirir un billete de avión, comprueban que las tarifas han sufrido
un aumento considerable tras la caída de Spanair. Me pregunto si de aquí a un
tiempo se escandalizarán con el mismo candor cuando Ryanair se haga con el
monopolio de El Prat o de cualquier otro aeródromo español, pues está claro que
las autoridades autonómicas y centrales de este país están aunando esfuerzos a
la hora de quitarles las chinas con las que pudieran tropezar –léase la
obligación de cumplir con los protocolos de seguridad o el pago de las tasas
aéreas en igualdad de condiciones respecto de otras aerolíneas- y allanarles el
camino.
Las interpelaciones entre
los partidos en el gobierno y oposición, lejos de aportar una crítica desde la
que rectificar y construir un proyecto de y con futuro, solo sirven para
escenificar un vodevil en el que los unos se dejan llamar burro y los otros
asno, pero con la dosis de hipocresía necesaria que caracteriza al buen
pesebrero.
Solo ante el pleno
convencimiento de que te van a rechistar con la boca pequeña se explica que Rafael
Simancas se permita la desfachatez de decirle a la Ministra Pastor que tiene el
sector de la Navegación Aérea patas arriba o que el proceso de privatización
que el PSOE había desarrollado para AENA sí que era modélico.
Únicamente desde la
seguridad del que se sabe impune, como don José Blanco, se deja un agujero de
40.000 millones de euros en el Ministerio de Fomento y cree innecesario
justificar los 14.900 millones de deuda de AENA, los 14.000 de ADIF, los 5.400
que acumula RENFE o los 2.000 que se han volatilizado en Puertos del Estado,
que ahí es nada.
Nos han endosado un sistema
perverso lleno de intermediarios, que bajo el principio del vobis gratiam, poco
aportan y mucho afanan. Es la única explicación que se me ocurre para mantener
en el cargo a alguien como Miguel Ángel Oleaga, quien pretende extender el
Servicio de Dirección de Plataforma (SDP) provisto por INECO y ya implantado en
la Terminal 4 del aeropuerto de Madrid Barajas, con la consiguiente merma en
los estándares de seguridad, a las terminales 1, 2 y 3.
Quizá sea esa también la razón por la que se permite que Juan Ignacio Lema se pertreche como asesor de no se sabe bien qué en Barajas, tras asegurarse de que el equipo técnico que debe decidir a quién se adjudican las licencias de explotación de espacios comerciales en AENA y del que forma parte su mujer – Montserrat Mestre- no hace su trabajo para que así lo pueda llevar a cabo una empresa externa por el módico precio de 280.000 euros.
Quizá sea esa también la razón por la que se permite que Juan Ignacio Lema se pertreche como asesor de no se sabe bien qué en Barajas, tras asegurarse de que el equipo técnico que debe decidir a quién se adjudican las licencias de explotación de espacios comerciales en AENA y del que forma parte su mujer – Montserrat Mestre- no hace su trabajo para que así lo pueda llevar a cabo una empresa externa por el módico precio de 280.000 euros.
La ensalada del despropósito
viene aliñada por unos diarios que se limitan a marear a la opinión pública
reproduciendo dobles discursos y entelequias nacionalistas sobre rivalidades
aeroportuarias con las que se intenta justificar la dilapidación de una ingente
cantidad de dinero público. No es necesario saberlo todo, simplemente con
llamar a la puerta adecuada es suficiente. Y si uno hace eso, probablemente le
contarán con detalle que la T1 de El Prat tiene cinco posiciones para aviones
grandes, que está diseñada para aeronaves A320 y B737 –tráfico de medio radio-
y que por lo tanto es, lo que se dice difícil, que pudiera convertirse en un
hub.
Se echa también de menos un
análisis profundo, sobre todo en cierta prensa que presume de progresista, de las condiciones laborales a las que se
están viendo abocados los trabajadores del sector aéreo. Claro que visto como
algunos tratan a sus becarios, debe ser que consideran normal que una
tripulante de cabina esté dispuesta a volar por 1.000 euros al mes o que
trabajar a las órdenes de O’Leary, cobrando en Gibraltar y cotizando en Irlanda, sea la manera de levantar un país.
Lo C. Gutiérrez
No hay comentarios:
Publicar un comentario