Aunque
a muchos les pueda sorprender, lo de las aerolíneas low cost tiene ya unos años.
La compañía americana Pacific Southwest Airlines fue la precursora del fenómeno
cuando en 1949 comenzó a operar vuelos de bajo coste antes de que la
desregularización del sector aéreo en la década de los 90 exportara el modelo a
Europa con la consiguiente consolidación y expansión de empresas como Ryanair.
Esa
desregularización, fiel reflejo del dogma neoliberal que defiende la mínima
intervención del estado en cuestiones de mercado y que quien más y quien menos
ha hecho suyo en tiempos de una riqueza desmedida que se ha probado ficticia,
está empezando a dar unos frutos nada apetitosos.
El
cierre de Spanair hace poco más de una semana pone de manifiesto el halo de
hipocresía que envuelve a un sistema de gestión que presume de autosuficiencia pero
que, en algunos casos, se alimenta de subvenciones con las que gobiernos de
distinto color e índole justifican unas infraestructuras desmesuradas para la demanda
existente a la par que fomentan una competencia desleal que no hace sino
desequilibrar el sector.
No
me acaba de quedar claro qué pretendía conseguir la Generalitat de Cataluña
apostando por una empresa cuyo déficit, acumulado ya en los tiempos de Díaz
Ferran, suponía una constante espada de Damocles de la que se intentaba zafar
mediante inyecciones de dinero público.
Las
palabras del Conseller de Economía
Andreu Mas-Colell para tratar de explicar los imposibles, que según el gobierno
catalán se han hecho para salvar la empresa, lejos de aportar alguna luz, lo que hacen es
destilar el cinismo sin parangón de quienes se permiten tomar decisiones sin
calibrar consecuencias pues es muy fácil echar mano del erario público sabiendo
que pocas son las justificaciones que te van a pedir.
De
esperpento son el cruce de acusaciones entre los directivos de la aerolínea, lo
actuales inquilinos del Palau de la Generalitat y el tripartito que ostentaba
el poder hasta hace dos años, cuando no me consta que en ningún momento se
levantara voz crítica alguna respecto de la gestión que se estaba llevando a
cabo. Al parecer todos estaban por la labor y muy satisfechos. De hecho ya en
1997, en una charla en el Cercle d’Economia, el mismo Mas-Colell dejaba clara su
posición al referirse al esencial énfasis y empuje que había que dar a la
conectividad territorial de Cataluña.
Obviamente
es muy lícito querer desarrollar y dar relevancia a la conectividad de cualquier
territorio pero no a cualquier precio y sobretodo no sin saber qué te traes
entre manos, porque visto lo acontecido, una acaba creyendo que la todología
también ha invadido la política y tenemos a un grupúsculo sabelotodo tomando
decisiones sobre un sector tan complejo como el aéreo sin tener la más mínima idea
de las consecuencias que puede conllevar cortar el cable azul en lugar del rojo
de la bomba que se tiene enfrente.
Se vislumbra que todo el despropósito deriva del interés por tener un aeropuerto hub que
sirva de base para distintas conexiones de rutas internacionales y que compita
en igualdad de condiciones el de Madrid-Barajas. Esto de las rivalidades que
impiden remar en la misma dirección para hacer algo grande es algo que nunca
terminaré de entender. No veo que Escocia reclame aeropuertos hubs que rivalicen
con Heathrow o que los landers alemanes le reclamen a Merkel su cuota de
conexiones internacionales para sus aeródromos.
En
fin, se construye una mega terminal, que solo Dios sabe lo que ha costado y cuánta
gente ha trincado, sin tener en cuenta que tanto vidrio, mármol y focos de
última generación no te confiere la categoría de hub como por arte de magia.
Para ello es necesario tener compañías que operen rutas internacionales y que
elijan como base de esas interconexiones el aeropuerto de El Prat.
Entonces,
¿qué hacemos? Fácil: nos agenciamos una aerolínea en banca rota y le insuflamos
dinero a mansalva, sin despeinarnos ni por casualidad porque mira por dónde, el
dinero no es nuestro y no habrá bendita alma que nos vaya a pedir explicaciones.
Pero además, somos tan coherentes, honestos y transparentes que en un ejercicio
de paralogismo sin igual, nos tiramos piedras al tejado cada vez que cedemos en
forma de subvención pública –los amantes de la neolengua lo llamarían acuerdos
comerciales- al chantaje de ese dechado de virtud empresarial que representa
Ryanair, socavando así la potencial competitividad de Spanair y beneficiando a
una compañía cuyos trabajadores ni siquiera tributan en España.
Al
final la cosa no acaba saliendo bien. Ya ves tú, quién se lo iba a esperar… a
nosotros que nos habían dicho que con quitar una oliva de las ensaladas que se
sirven a bordo ya eras el súmmum de la rentabilidad; así que no queda otra que
echar mano de Qatar Airlines. Tras 13 reuniones con los qataríes más otras 4
con una aerolínea china en plan “as en la manga”, nos queda más o menos claro
allá por julio que el asunto está lo que se dice peliagudo pero seguimos sin
desconectar al enfermo de la máquina, que para eso siempre hay tiempo y mientras
tanto los amiguetes se lo pueden seguir llevando calentito, que por no decir ni
la AESA dice nada, oiga. El día que veamos que de aquí ya no se saca más,
cerramos y dejamos a un montón de profesionales en el paro de la noche a la
mañana sospechosamente disponibles para ser admitidos por esas empresas low cost
de nuevo y viejo cuño a cambio un tercio del salario que cobraban. Que ya está
bien de tanto privilegio.
Se
nos llena la boca hablando del país que pudimos ser. Fuimos una economía emergente
pero incapaz de aprovechar las oportunidades que se nos brindaron. Tras la
efervescencia había que trazar una hoja de ruta que nos permitiera seguir
creciendo y mantener los avances conseguidos. En su lugar, lo que se instauró
fue la cultura del pelotazo, del cortoplacismo y del nulo interés por nada que
no fuera el beneficio propio. El panorama dibuja una sociedad que no aspira a
otra cosa que a convertirse en proveedora de mano de obra barata que ni
siquiera tendrá acceso a adquirir aquello que produce. Díganme sino por qué
seguimos permitiendo que los políticos den cobertura a gestores de tres al
cuarto que hunden empresas sin ningún cargo de conciencia, porque con dos
finiquitos que cobren tiene para vivir de la sopa boba lo que les resta de
vida.
Lo C. Gutiérrez
Lo C. Gutiérrez
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